sábado, 16 de enero de 2010

UN TESORO EN UNA VIEJA MALETA

          
            Ordenando mis cosas he encontrado,  guardado  cuidadosamente en una vieja maleta, un pequeño gran  tesoro: Varias cintas de cassette  en las que hará 12 o 14 años  grabé  largas conversaciones con Pío Leyva y Compay Segundo.

            Sería injusto condenarlas al olvido, entre otras cosas porque   las  historias que cuentan son una impagable lección de humanidad y de virtuosismo narrativo. Como muestra os diré que me ha emocionado especialmente un relato de Pío en el que cuenta que, a la edad de 7 años, se subía  a una mesa en la cantina de un central azucarero  para cantarles, antes de que se fueran a dormir a sus barracones, a los inmigrantes haitianos que trabajaban allí cortando caña. Casualmente hoy, cuando  desde Haití llega la  noticia del tremendo desastre humanitario causado  por un devastador  terremoto. Precisamente haitianos, un pueblo siempre olvidado y sometido a la esclavitud al que nunca, ni la  historia ni los desastres naturales,  han dejado vivir en paz.

       Creo que es de ley compartir con vosotros  la emoción que Pío y Compay  transmiten  y su dominio  innato del arte de la narración oral al describir  sus recuerdos. Me he puesto inmediatamente a digitalizar las cintas y a transcribir algunos fragmentos. Es un trabajo ímprobo porque son muchas las horas de conversación. Pero merece la pena.

      En breve publicaré un pequeño adelanto,  y más tarde, en cuanto tenga algún audio disponible,  lo subiré también para que escuchéis la música que tienen sus palabras.

      Sé que he dejado a medias la narración de "Una Grabación con Historia",  prometo retomarla. Sé también que el blog se me puede ir de las manos, si no se me ha ido ya.  Y  también sé que el título que le puse el primer día ya no tiene nada que ver, o tal vez sí, con los contenidos. Pero algo me dice que debo hacer un paréntesis para contaros esta historia olvidada en una vieja maleta.
Gracias anticipadas por la paciencia,  y por seguir ahí.


PÍO LEYVA, PUNTO Y APARTE
Transcripción literal de una conversación con Pío Leyva en 1998


Yo nací el día 5 de mayo del año 1917 en la calle Narciso López,  en la ciudad de Morón, Cuba. A los 3 años mis tíos me llevaron a vivir con ellos a la colonia Lombillo, del central azucarero Jaronú, donde regentaban una fonda. Yo ya tendría 7 años cuando empecé a trabajar sirviendo comida a los trabajadores haitianos del central. Por la noche, cuando terminaba de fregar y eso, me ponía a  cantarles subido a una mesa. Un buen día un haitiano de los que iban ahí me regaló un par de bongoes  que él mismo había fabricado. Se afinaban con tres cuerdas y  un palo abajo que  había que retorcer para tensar los cueros . A los 9 años regresé a Morón, entonces en mi casa había una mata de tamarindo,  yo por las tardes me encaramaba en aquella  mata y empezaba a cantar: 

"Afrocubano soy, afrocubano.
 Por mis venas corre sangre 
del continente africano, 
por eso me gusta el son, 
donde canta la guitarra
 los motivos de mi tierra 
de la era colonial. 
Ay mamita" 

         Entonces, cuando salía por la calle todo el mundo me decía ¡Oyee, cómo tú cantas, y cómo tú cantas...! hasta que llegó el director de un septeto, Mongo El Caramelero, y me dijo que fuera a ensayar a la casa de él,  entonces yo iba todas las noches. Pero yo no iba por el canto, yo iba porque me daban chocolate y caramelos. Ellos eran los que hacían los caramelos, y galletas y eso, y mantequilla, entonces yo no fallaba nunca, porque yo iba a jamar.


       Más tarde, un señor que vivía al lado de mi casa, Pablo Bernal,  me dijo que quería llevarme a un baile a cantar, yo tendría poco más de 10 años, él estaba sembrando maíz en su patio y me puso a güataquear maíz. Yo lo ayudé porque  dijo que me iba a llevar al baile, bueno. Almorcé en la casa de él un plato de carne de res,  y yo me dí una jartá. Ya tu sabes. Porque yo estaba... 
          Al día  siguiente me llevó al baile, era en la finca "La Serrana". Fue bajar de los caballos a las 6 de la tarde y ponernos a tocar sin parar hasta las 7 de la mañana del día siguiente que terminaba el baile. A eso de  las 6  ya estábamos cantando la despedida:

"Vámono, vámono, 
vámono, caballero,
 que ya la fiesta se acabó" 

              No habíamos terminado de cantarlo y ya venía un guajro de esos, con un machete aquí, y nos decía: "¿Qué?, ¿que dicen ustedes que se van ya?.  No, hasta que el sol no dé en la puerta esa no se van ustedes de aquí. Teníamos que estar ahí hasta que saliera el sol.  Pero esos guajiros eran muy buena gente, fiesteros como nadie. Ahí me gané los primeros  40 centavos de mi vida como cantante y además  fui cogiendo  buen nombre entre los guajiros. Nos trajeron  los caballos que andaban sueltos por la finca y llegamos a Morón a las 10 de la mañana, pero me puse alegre porque llevaba 40 centavos en el bolsillo. Y en mi pueblo la libra de carne valía un medio centavo, lo mismo que 6 libras de azúcar. 
Continuará...

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